
La paradisíaca isla en la que no se garantiza que salgas vivo

Sentinel del Norte es una pequeña y remota isla en medio del océano Índico. Oculta entre el archipiélago de las Andamán y rodeada por playas de arena blanca y aguas cristalinas, y cubierta de densos bosques, este territorio de la India es uno de los lugares más aislados del planeta.
Si bien podría pensarse que se trata de un paradisíaco destino vacacional, está lejos de serlo. De unos 60 kilómetros cuadrados —aproximadamente el tamaño de Manhattan—, está habitada por una hostil tribu, independiente y extremadamente peligrosa, que rechaza cualquier contacto con el exterior. Son capaces de acudir a la violencia, si es necesario, para evitarlo. Quienes han intentado acercarse y llegar hasta ellos se han topado con su inconformidad, su resistencia y, en el peor de los casos, con sus flechas. "Aún dependen de herramientas de la Edad de Piedra, como arcos, flechas de metal y azuelas, lo que los convierte en cazadores-recolectores de los tiempos modernos", subraya un estudio publicado en 2024.

Los antropólogos calculan que son descendientes directos de los primeros humanos que emigraron de África y han vivido apartados de la civilización durante más de 60.000 años, cuenta el canal indio NDTV. Aunque se desconoce el tamaño real de su población, se estima que son entre 50 y 200 individuos. Poco se sabe sobre sus tradiciones o su forma de vida. "Solo los sentineleses saben qué idioma hablan, qué leyes podrían regirlos, a qué dios podrían adorar", escribe la revista National Geographic.
Los gobiernos de las islas aledañas no tienen intención de interferir en las vidas de los nativos. Las leyes indias prohíben a los forasteros acercarse a la isla y desembarcar en ella, y mucho menos establecer contacto con su población. Los turistas son advertidos con frecuencia y barcos fronterizos indios patrullan periódicamente sus aguas costeras a una distancia prudencial.

Trágicos antecedentes
No obstante, y a pesar de las medidas preventivas, la violencia a la que son capaces de recurrir los sentineleses para defender sus dominios desde tiempos remotos ha dejado víctimas. En 1896, un convicto indígena fugitivo que llegó a su costa fue asesinado a puñaladas y, en 1974, un equipo de filmación terminó atacado con una lluvia de flechas. Luego de un terremoto en la región, en 2004, un helicóptero que buscaba señales de vida y pretendía entregar suministros, fue recibido de igual manera (los guardacostas lograron la fotografía de un aborigen corriendo por la playa y apuntando con su arco hacia los 'intrusos aéreos'). Dos años después, dos pescadores que se adentraron en sus costas murieron y la unidad de rescate envidada para la recuperación de sus cuerpos fue recibida por sentineleses armados.
Quizás el caso más reciente y más sonado ha sido el de la muerte del misionero estadounidense John Allen Chau, quien sucumbió ante las flechas de los isleños indígenas luego de terminar en sus playas en noviembre de 2018. El joven, de 26 años, se proponía evangelizar a los nativos de un lugar que, según él, podría ser "el último bastión de Satanás", según apartes de su diario. La muerte se interpuso en su misión, al mismo tiempo que sus acciones —consideradas por algunos teólogos como un acto de "falta de juicio prudencial"— pusieron en los titulares a Sentinel del Norte y su existencia, ignorada por muchos, se volvió viral.

¿Por qué tanta agresividad?
En 1880, un oficial naval británico llamado Maurice Vidal Portman, en un intento por "civilizarlos", secuestró a seis de ellos y se los llevó a la ciudad de Port Blair, en las islas Andamán. Dos de ellos murieron, debido a que carecían de la inmunidad necesaria a las enfermedades modernas, mientras que los cuatro restantes (todos niños), fueron devueltos, probablemente portando enfermedades. Este incidente es considerado la principal causa de la contundente hostilidad de los isleños y responde a sus violentas reacciones futuras.
Está claro que la mayoría de intentos de contacto han sido infructuosos. A principios de la década de 1990, los sentineleses aceptaron cocos de un equipo que incluía antropólogos del Servicio Antropológico de la India. Se mostraron cordiales, pero el intercambio no pasó de ahí. Por mucho que sus habitantes hayan aprendido sobre el mundo exterior a través de este y otros contactos superficiales (barcos y aeronaves ya se han convertido en parte familiar de su entorno), se niegan a dejar su aislamiento y reiteran su deseo de que los dejen tranquilos.
¿Dejarlos o no en paz?
De cualquier modo, Sentinel del Norte continúa despertando intriga, no solo entre historiadores y antropólogos, sino entre la comunidad en general. Además de la exuberante belleza que emanan sus playas y arrecifes, la casi total falta de información sobre su geografía, ecosistema, la organización social de sus habitantes, los hábitos, entre otras cuestiones, siguen siendo una fuente inagotable de fascinación.

No hay forma de verificar el bienestar de los sentineleses. Aunque diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos auguran que los isleños podrían acabar muriendo de enfermedades, escasez de alimentos y recursos, quizás el aislamiento que les ha permitido sobrevivir desde tiempos inmemoriales sea la mejor manera de mantenerlos a salvo.
Un contacto físico directo podría provocar la transmisión de diversas enfermedades para las que podrían no estar preparados, y llevar a la extinción de toda la población. Los expertos consideran útil recurrir a la tecnología moderna (imágenes satelitales, drones, etc.) para recopilar datos sobre ellos.
"Dejarlos solos en su entorno social permitiría su supervivencia en tiempos futuros. Por otro lado, las tecnologías modernas seguramente pueden ayudar a estudiar sus comportamientos sociales, patrones culturales y prácticas, pero desde la distancia", afirman antropólogos indios.
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