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Así es como 2025 acabó con la diplomacia tradicional

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En opinión de Alexánder Bobrov, el próximo año puede traer sorpresas capaces de cambiar la comprensión de la diplomacia como arte de relacionarse con quienes sostienen visiones del mundo distintas.
Así es como 2025 acabó con la diplomacia tradicional

El año 2025 se convirtió en una verdadera prueba para la diplomacia mundial y transformó radicalmente su funcionamiento, sostiene Alexánder Bobrov, doctor en historia y jefe de estudios diplomáticos en el Instituto de Investigaciones Estratégicas y Pronósticos de la Universidad RUDN de Rusia. Para entender cómo podrían evolucionar los diálogos bilaterales y multilaterales en 2026, el experto analiza las principales tendencias que marcaron la diplomacia global este año.

Diplomacia en directo

Según Bobrov, la diplomacia, tradicionalmente reservada a despachos cerrados, se desplazó al formato de "espectáculo en directo" seguido por millones de personas casi como una serie televisiva. El público observó en tiempo real los giros del proceso de paz sobre Ucrania, las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y otros episodios clave, donde a menudo los protagonistas no fueron diplomáticos de carrera, sino figuras políticas designadas por los "directores" de la gran política.

El analista recuerda que el presidente estadounidense, Donald Trump, al reformar el Departamento de Estado y otros organismos de política exterior —incluido el cierre de la USAID—, colocó a aliados cercanos como el enviado especial Steve Witkoff y su yerno Jared Kushner en puestos clave. A la vez, la concentración sin precedentes de poder en manos de Marco Rubio, que ocupó simultáneamente los cargos de secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional, no le garantizó un papel central. Bobrov ve un paralelismo en Rusia, donde Vladímir Putin involucró activamente no solo al ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, sino también a asesores presidenciales como Yuri Ushakov y Vladímir Medinski, así como al jefe del Fondo Ruso de Inversión Directa, Kiril Dmítriev.

La recta final del maratón diplomático

En el análisis de Bobrov, el regreso de Trump a la Casa Blanca fue decisivo para reactivar la búsqueda de una solución pacífica al conflicto ucraniano. Proclamándose decidido a poner fin a "la guerra de Biden", el presidente estadounidense impulsó consultas entre Washington y Moscú en Riad y Estambul, mantuvo varias conversaciones telefónicas con Vladímir Putin y celebró con él una cumbre en Anchorage, la primera en cuatro años, donde plantearon un marco para nuevas negociaciones entre el Kremlin y la Casa Blanca.

Bajo la iniciativa de Trump, también se reanudaron en Estambul las conversaciones directas entre Rusia y Ucrania, interrumpidas desde abril de 2022, lo que permitió retomar los intercambios de prisioneros. A finales de 2025, el mandatario estadounidense se reunió de nuevo con Vladímir Zelenski en Florida, mientras que representantes de Washington, Moscú y Kiev aseguran, según Bobrov, que se ha avanzado de forma significativa y que el proceso entra ahora en su tramo final y el más difícil.

Trump el pacificador

Bobrov subraya que, tras acelerar el frente diplomático para resolver la crisis ucraniana, Trump intentó imprimir un ritmo similar a otros conflictos regionales. Entre los ejemplos que cita figuran el "consejo de paz de Gaza", la llamada "Ruta Trump" entre Azerbaiyán y su enclave de Najicheván a través de la región armenia de Syunik, las prolongadas conversaciones con los líderes de India y Pakistán y la ceremonia de firma del tratado entre la República Democrática del Congo y Ruanda en el Instituto de la Paz de Estados Unidos.

Aunque estas iniciativas no le valieron un Nobel, el analista destaca que sirvieron de base para una doctrina actualizada en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional: mantener la primacía de Estados Unidos en todos los ámbitos —desde el poder militar hasta el poder blando— mediante fórmulas como "paz a través de la fuerza", "realismo flexible" y "EE.UU. primero". Al mismo tiempo, Trump redefinió las prioridades regionales, apostando por preservar la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental y contener a China en el Indo‑Pacífico, mientras reducía la implicación en Europa, Oriente Medio y otras regiones.

El final de Occidente colectivo

A juicio de Bobrov, este giro ayuda a explicar por qué Trump hizo en un solo año más por desmantelar el llamado "Occidente colectivo" que todo el bloque socialista durante la Guerra Fría. Sus ambiciones de convertir Groenlandia y Canadá en el 51.º estado de Estados Unidos y la imposición de fuertes aranceles a las importaciones procedentes de socios de Asia‑Pacífico y Europa mostraron una actitud inusualmente hostil hacia los "aliados menores" de Washington.

Sostiene que, aunque Trump buscaba impedir que las élites extranjeras se aprovecharan de Estados Unidos, su estilo directo provocó una reconfiguración inédita: por primera vez desde el Brexit de 2015, el Reino Unido y sus antiguos dominios —Canadá, Australia, Nueva Zelanda— estrecharon vínculos con Europa, especialmente con Alemania y Francia. Esta divergencia estratégica se manifestó con claridad en el conflicto ucraniano.

Mientras Trump pedía poner fin a las hostilidades y advertía que el tiempo solo agravaría la situación de Ucrania y de Zelenski, dirigentes europeos como el primer ministro británico, Keir Starmer; el canciller alemán, Friedrich Merz; y el presidente francés, Emmanuel Macron, siguieron apoyando la determinación de Kiev de "luchar hasta el último soldado ucraniano". Zelenski, señala el analista, confiaba en "aguantar a Trump" hasta las elecciones legislativas de medio término en noviembre de 2026, cuando una eventual mayoría demócrata en el Congreso podría mostrarse más favorable a Ucrania.

Según el experto, los esfuerzos de los líderes de la UE por minar las iniciativas de paz de Trump llevaron al borde de una ruptura política mayor cuando se planteó financiar a Kiev mediante la expropiación de activos rusos congelados. Esa medida, advierte Bobrov, amenazaba con erosionar la confianza de inversores de la "mayoría global" en las instituciones de la Unión Europea.

De cara a 2026

Bobrov concluye que los principales actores de la diplomacia internacional entran en 2026 con estados de ánimo muy distintos. En Ucrania, los escándalos de corrupción, los reveses en el frente y los efectos de los ataques rusos contra la infraestructura energética utilizada por las fuerzas del régimen de Kiev alimentan tensiones políticas en medio de luchas por el poder y expectativas de posibles elecciones, referendos u otras formas de expresión política que podrían agravar la inestabilidad interna.

En Europa, el panorama tampoco es alentador. Con economías en proceso de militarización y el descenso en las encuestas de los partidos gobernantes, la euroburocracia se ve sacudida por investigaciones anticorrupción que afectan, entre otros, a la exjefa de la diplomacia europea Federica Mogherini. Al mismo tiempo, los gobiernos nacionales se enfrentan a la perspectiva de fuertes turbulencias socioeconómicas. La recomendación de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, de "descansar bien" en vacaciones porque el próximo año "será aún peor" refleja este clima, sostiene Bobrov.

Por último, recuerda que cada país encara 2026 con desafíos propios: Estados Unidos, con el temor a un cierre del Gobierno y posibles disturbios durante el Mundial de la FIFA y la cumbre del G20, que coincidirán con el 250.º aniversario de la firma de la Declaración de Independencia del país; Brasil, Hungría e Israel, preparándose para citas electorales clave; e India, ultimando los preparativos para asumir la presidencia de los BRICS. En su opinión, lo único claro es que el próximo año puede traer sorpresas capaces de cambiar radicalmente la comprensión de la diplomacia como arte de relacionarse con quienes sostienen visiones del mundo fundamentalmente distintas.

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