'Soñar está bien, despertar es mejor': el sindicalismo resurge en EE.UU. antes de la llegada de Trump
EE.UU. se prepara para la asunción presidencial de Donald Trump el próximo 20 de enero, y en medio de un auge del movimiento sindical que no ha parado de crecer en los últimos años, los trabajadores de importantes multinacionales como Amazon o Starbucks iniciaron una huelga coincidiendo con las especialmente consumistas fiestas navideñas.
Hoy por hoy, EE.UU. carece de un marco de regulación laboral, habitualmente suplido con leyes federales y estatales que en ocasiones entran en contradicción entre sí. Los trabajadores estadounidenses tienen muy limitada, en ese sentido, su capacidad de negociación con la patronal. Así, muchos derechos laborales básicos, habituales en otras economías de capitalismo desarrollado, como el permiso de maternidad remunerado, las vacaciones pagadas o la protección frente al despido arbitrario, no están garantizados por ley. Pero, ¿cómo se llegó a esta situación?
Con la industrialización masiva, los trabajadores estadounidenses se organizaron en importantes sedes sindicales desde finales del siglo XIX. Sin embargo, desde sus inicios el movimiento obrero estadounidense fue fuertemente reprimido. Destacando acontecimientos como la ejecución de los llamados 'Mártires de Chicago' (1886), dentro de las medidas represivas contra la huelga por el derecho a la jornada de ocho horas. Este hecho tuvo una gran repercusión en el movimiento obrero internacional y el 1 de mayo, efeméride de este trágico acontecimiento, pasó a consolidarse como el Día Internacional de los Trabajadores (en todo el mundo salvo, paradójicamente, en los EE.UU.).
Los trabajadores estadounidenses tienen muy limitada, en ese sentido, su capacidad de negociación con la patronal.
Durante la Gran Depresión, el sindicalismo experimentó un renacimiento reforzado por los trabajadores de industrias como el acero, la automoción y el transporte. Además, este periodo estuvo acompañado de un fortalecimiento legal del movimiento obrero, gracias a políticas del 'New Deal' como la Ley Wagner de 1935, que garantizaba el derecho a la organización y la negociación colectiva.
Sin embargo, esta situación duró poco, y con el inicio de la Guerra Fría y el recrudecimiento de la represión anticomunista se promulgaron leyes como la Ley Taft-Hartley de 1947, que limitó severamente las actividades sindicales y permitió a las empresas despedir a trabajadores acusados de tener vínculos comunistas. Durante el macartismo, muchos líderes sindicales fueron investigados, acosados y desacreditados, lo que llevó a la expulsión de los miembros más progresistas e izquierdistas en las organizaciones sindicales para evitar represalias gubernamentales. La represión, combinada con otros mecanismos como la deslocalización productiva, facilitada entre otras cosas por los acuerdos de libre comercio con economías en desarrollo, terminaron de debilitar al movimiento sindical estadounidense, cuyas consecuencias sociales, como señalé anteriormente, se escenifican hoy dentro de las dinámicas de crisis interna que se perciben en los EE.UU.
Sin embargo, durante la crisis económica de 2008 se produjo un nuevo resurgir del movimiento sindical. En ese escenario, mientras se rescataban a las élites corporativas, evidenciando que la concentración económica también implica un control político sobre las instituciones, millones de trabajadores estadounidenses enfrentaron despidos, reducciones salariales y ejecuciones hipotecarias. La recesión, además, aceleró el crecimiento de trabajos mal remunerados como el del comercio minorista, la logística o el cuidado de la salud, mientras que, de forma paralela, se intensificó una transformación del mercado de trabajo a través de las llamadas "economías colaborativas", con empresas como Uber, Lyft, DoorDash o TaskRabbit, donde los trabajadores carecen, por el tipo de contratación, de seguro médico, de pensiones o de indemnizaciones por despido, entre otras cosas.
La represión, combinada con otros mecanismos como la deslocalización productiva, terminaron de debilitar al movimiento sindical estadounidense.
Sin embargo, en un mural que rinde homenaje al revolucionario latinoamericano Ernesto 'Che' Guevara en el Parque Chicano de la ciudad de San Diego, en EE.UU., se puede leer: "'We are not a minority'" ["Nosotros no somos una minoría", en español]. Y en efecto, así es, la clase trabajadora estadounidense no es una minoría, sino que representa a la mayoría de la población y esto es algo que saben bien tanto el Partido Demócrata como el Partido Republicano. Así, el rebrote sindical propiciado por la crisis económica de 2008 fue enfrentado por ambas formaciones del bipartidismo estadounidense. Aunque, eso sí, con distintas estrategias.
El Partido Demócrata, tal y como ocurrió con el movimiento Black Lives Matter, trató de cooptarlo. En esa dirección, en su campaña presidencial en 2008, Barack Obama prometió la aprobación de la Employee Free Choice Act (EFCA), una ley que hubiese facilitado la sindicalización en distintos sectores, y a cambio exigió el apoyo de importantes sedes sindicales a su candidatura. Sin embargo, al llegar al poder olvidó sus promesas y, entre otras cosas, firmó nuevos tratadis de libre comercio, como el Acuerdo Transpacífico (TPP) y el Tratado de Libre Comercio entre EE.UU. y Corea del Sur, mientras abandonó la causa de los sindicatos a los que les había solicitado apoyo para llegar al poder.
Y, como suele ocurrir, esta traición sería utilizada por el otro partido, en este caso por Donald Trump, para construir un discurso populista teóricamente proteccionista que llegó a inocularse entre sectores de la clase trabajadora estadounidense, muy castigada por las consecuencias de este tipo de acuerdos, pero también por la falta de capacidad de negociación sindical y la ausencia de derechos laborales. No obstante, la persecución contra el sindicalismo ha seguido, y ha sido precisamente el Partido Republicano quien ha propiciado las políticas más regresivas en ese sentido en los estados donde gobierna.
La ausencia de regulación laboral en EE.UU., como hemos dicho, tiene distintas consecuencias que afectan a la vida diaria, como la inseguridad económica o problemas de salud. La falta de vacaciones y permisos remunerados obliga a muchos trabajadores a elegir entre su salud y su empleo, y, además, atendiendo a que en un país con un sistema de salud privatizado, muchos seguros médicos dependen de los contratos laborales, se estableció un macabro chantaje para los trabajadores. Y, finalmente, también repercute en la cronificación de la desigualdad económica y social, afectando especialmente a los sectores históricamente más degradados.
¿Cómo puede EE.UU. invadir países bajo la supuesta defensa de los derechos de las mujeres cuando en su propio país algo tan básico como el permiso de maternidad, obtenido en la URSS en 1917, no está asegurado? Por no hablar de otros tipos de discriminaciones estructurales como son las raciales. Ya que, además de la habitual violencia policial profundamente racista que ha motivado numerosas protestas en los últimos años, las comunidades afroamericanas, latinas y otras minorías enfrentan barreras históricas que limitan su acceso a la riqueza y oportunidades. Según las estadísticas de 2017 de la Reserva Federal, los hogares blancos tienen, en promedio, 10 veces más riqueza que los hogares afroamericanos.
En este escenario, podemos observar cómo la noción del "sueño americano", basada en la idea de que cualquier persona puede prosperar con esfuerzo, se ha ido desmoronando. Tanto el Partido Demócrata como el Partido Republicano, con discursos cínicos y oportunistas, no solo han reprimido, sino que han engañado de forma sistemática a la clase trabajadora de este país. Decía la poeta estadounidense Emily Dickinson: "Bueno es soñar. Despertar es mejor".
¿Estaremos ante el despertar del macabro cuento del "sueño americano"?
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