
No habrá trato bajo amenaza: China y el ocaso del unilateralismo

Nos anunciaron, con banda de música incluida, el "Día de la Independencia", pero lo que en realidad estamos presenciando es el estertor de un modelo que hace aguas.
La entrada en vigor del nuevo paquete arancelario impulsado por Donald Trump no es solo una medida económica, sino la confirmación de un cambio de época en el tablero comercial global. Mientras algunos Estados optan por la sumisión diplomática —rogando indulgencia en Washington o apostando por una huida desesperada hacia mercados alternativos—, China lanza un mensaje que no admite dobles lecturas: no habrá concesiones ante el chantaje. Las amenazas no se negocian. ¿Asistimos al ocaso del unilateralismo como estrategia de guerra económica?
Desde que en 2018 Trump diera el pistoletazo de salida a su cruzada arancelaria contra China, el gravamen se convirtió en la herramienta predilecta de la Casa Blanca para ejercer presión sobre el gigante asiático. La excusa oficial: supuestas "prácticas injustas" por parte de Pekín, con acusaciones recurrentes de robo de propiedad intelectual y transferencia forzada de tecnología. Lo cierto es que, bajo esa retórica, se consolidó una estrategia de guerra económica que estos días ha alcanzado un nuevo punto de inflexión. Trump no solo repite fórmula: la amplifica, lanzando este nuevo paquete de aranceles que, aunque con alcance global, tiene como blanco principal a China.
Trump no solo repite fórmula: la amplifica, lanzando este nuevo paquete de aranceles que, aunque con alcance global, tiene como blanco principal a China.
El bautizado como "Día de la Independencia" arancelaria por parte de Washington es, en realidad, la escenificación de un unilateralismo feroz disfrazado de patriotismo económico. Un gesto que, lejos de fortalecer a EE. UU., desató una tormenta en los mercados, arrastrando en su caída tanto a la economía doméstica como a una ya inestable arquitectura comercial global.
Trump, en su habitual tono provocador, afirmó que "China quiere un acuerdo, pero no sabe cómo empezarlo". Una frase que, más que una estrategia, revela arrogancia y debilidad. Porque si algo ha provocado esta narrativa unilateral, es una reacción que desborda lo meramente comercial.
Desde el Ministerio de Comercio chino se ha calificado la maniobra estadounidense como "chantaje económico" y "unilateralismo intimidatorio". Es decir, como lo que es. Y la respuesta de China, en ese sentido, no se ha limitado a contramedidas técnicas. Pekín activó sus propios aranceles, además de una batería de restricciones que suponen, sobre todo, una declaración política de primer orden.
Durante estos años, el gigante asiático ha tejido nuevas alianzas, ha desplazado mercados y ha ganado centralidad en las cadenas de suministro globales. La guerra comercial no ha debilitado a China: ha robustecido su estrategia de diversificación. La consigna es nítida: ante la presión, firmeza. Ante la amenaza, reacción. "China luchará hasta el final", sentenció su portavoz sin un atisbo de duda.
Pero no basta con el relato. Los datos son contundentes. China ha elevado sus aranceles del 34 % al 84 % sobre productos estadounidenses, en respuesta directa al incremento norteamericano, que alcanza el 104 %. Además, ya a principios de 2025, Pekín impuso restricciones a empresas por el uso dual de sus productos —civil y militar— y ha llevado este nuevo órdago unilateral estadounidense ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La actitud de China debemos leerla como algo más que una postura de defensa económica. Su estrategia marca un posicionamiento internacional con capacidad de contagio.
Esta escalada impacta sectores estratégicos de la economía estadounidense: agrícola, tecnológico, energético. Productos como la soja, el maíz, los automóviles o los semiconductores se encarecen en el mercado chino. Gigantes como Apple, Tesla o Boeing ven amenazada su operatividad, mientras los consumidores norteamericanos enfrentan precios más altos y cadenas de suministro fragmentadas. A esto se suma la pérdida de competitividad de un país que insiste en la confrontación sin el respaldo de un marco multilateral. Washington arriesga así su liderazgo global, abriendo el camino para que China consolide aún más sus alianzas en el Sur Global y refuerce su posición en el bloque BRICS+.
A diferencia de EE.UU., China conserva capacidad de maniobra. Su economía, orientada por una planificación estatal, cuenta con una base industrial sólida, estímulos internos y herramientas financieras que permiten amortiguar el impacto de la crisis. No solo resiste: maniobra con inteligencia, pero sobre todo con templanza.
Y frente a la tibieza europea, que intenta amortiguar el golpe con negociaciones, Pekín mantiene firmeza política y diplomática. Xi Jinping lo ha dicho con claridad: "No hay ganadores en una guerra comercial". Pero —añado yo— sí que hay perdedores, y lo cierto es que, con la arriesgada apuesta de Trump, EE.UU. corre el riesgo de encabezar la lista.
Esta pugna comercial no es un episodio aislado. Lo que está en juego es el modelo mismo de gestión de los conflictos económicos. La lógica del "primero golpeo, luego negocio" ha mostrado su desgaste. Si bien puede forzar algunos acuerdos, también puede desencadenar respuestas que, como en el caso chino, revelan un cambio de paradigma. Incluso los socios que se han mostrado más abiertos a la negociación están poniendo su mira en la diversificación hacia otros mercados.
Así, la actitud de China debemos leerla como algo más que una postura de defensa económica. Su estrategia marca un posicionamiento internacional con capacidad de contagio. Frente al chantaje, levanta la bandera del respeto mutuo y de la reciprocidad. Frente al unilateralismo, postula un nuevo equilibrio donde el poder no emane de la imposición, sino del diálogo y la interdependencia. Es decir, la posición de China en este conflicto proyecta, en la experiencia concreta, la pugna del mundo multipolar en desarrollo.
Cada medida, cada declaración, forma parte de una estrategia que busca reposicionar al gigante asiático en un mundo que ya no responde igual a las lógicas abusivas del hegemón.
Además, este viraje señala algo más profundo: el unilateralismo que dominó la escena internacional, especialmente tras la Guerra Fría, profundiza sus grietas. La postura de Pekín no solo desafía a Trump: reta a un sistema que durante décadas legitimó la presión como única y legítima vía. Y, además, si atendemos a lo que aseguran las autoridades del país asiático, pueden permitirse este desafío. Ya que, como ha demostrado China durante todos estos años, tienen un modelo a largo plazo, mientras que al liderazgo unilateral occidental se le acaba el tiempo.
En un escenario donde varios actores ya se mueven hacia un modelo más multilateral, China se afianza como referente de este tránsito. No hay improvisación. Cada medida, cada declaración, forma parte de una estrategia que busca reposicionar al gigante asiático en un mundo que ya no responde igual a las lógicas abusivas del hegemón.

No sabemos aún las consecuencias del "Día de la Independencia" arancelaria de Trump; sin embargo, los acontecimientos de esta semana nos están facilitando un diagnóstico sobre los cambios que se están produciendo en la escena internacional y en las relaciones no solo comerciales, sino también políticas entre las naciones, reflejando en esta ocasión la erosión del recurso al castigo económico unilateral como herramienta.
La era del unilateralismo como fórmula de dominación económica podría estar tocando su fin. En su lugar, comienza a emerger un nuevo orden donde la fuerza reside en la negociación, y la soberanía ya no es negociable a cambio de acceso a mercados. El tablero ha cambiado. Y esta vez, China no parece querer jugar a la defensiva.
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