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Del Euromaidán a la rentabilización del conflicto: la propuesta de Zelenski

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Del Euromaidán a la rentabilización del conflicto: la propuesta de Zelenski

Mientras las cámaras enfocaban la coreografía diplomática entre Donald Trump y Vladímir Zelenski en la Casa Blanca, pocos medios se detuvieron en lo esencial: no asistimos al anuncio de un plan de paz, sino a la propuesta de consolidación de un modelo de conflicto sostenido.

Flanqueado por representantes europeos —Von der Leyen, Macron, Meloni, Starmer, entre otros— y el secretario general de la OTAN, Zelenski presentó una idea alejada de cualquier salida al conflicto. Washington, cada vez más replegado hacia sus propias pugnas y con la mirada puesta en el Indo-Pacífico y la presión sobre lo que considera su 'patio trasero' latinoamericano, hace tiempo que delegó en Europa la gestión operativa de un conflicto que ya no considera prioritario para su agenda.

Pero lo que está en juego no es solo el futuro de Ucrania, sino su transformación en un engranaje más del dispositivo militar occidental, concebido como una nueva "frontera avanzada" frente a Rusia, China y cualquier intento de articulación de un orden multipolar.

Washington, cada vez más replegado hacia sus propias pugnas y con la mirada puesta en el Indo-Pacífico y la presión sobre lo que considera su 'patio trasero' latinoamericano, hace tiempo que delegó en Europa la gestión operativa de un conflicto que ya no considera prioritaria para su agenda.

La propuesta de Zelenski no fue una exigencia de paz, sino una apuesta de integración militar definitiva, sin necesidad de entrar en la OTAN como socio, sino más bien como base permanente.

Ucrania no solo demanda más armamento: ofrece adquirir hasta 100.000 millones de dólares en armas estadounidenses —financiados por los países europeos— junto a una joint venture de drones valorada en otros 50.000 millones. Esto no implica una compra puntual, sino la configuración de un modelo de dependencia: transformar el Estado ucraniano en pieza estable del complejo militar-industrial occidental. Un marco que recuerda inevitablemente a los Acuerdos de Oslo, cuando Israel aprovechó ese escenario para institucionalizar un flujo continuo de ayuda militar de EE.UU. y consolidar así su rol como base avanzada de Occidente en Asia Occidental.

En ese sentido, si Kiev logra su objetivo, estaremos ante una reedición adaptada: un país hipermilitarizado, financiado por Europa, armado por EE.UU. y legitimado por la retórica de la "seguridad", que realmente se traduce como cerco al "mundo multipolar".

Nada de esto es improvisado. El proyecto de Ucrania como instrumento geopolítico de Occidente comenzó a escribirse en 2014, cuando el Euromaidán no solo derrocó un gobierno y aupó a neonazis, sino que marcó el inicio de un conflicto con múltiples frentes: militar, económico, cultural. Aquella maniobra, celebrada como "revolución democrática" por los medios occidentales, fue en realidad una operación de sustitución política orquestada por Washington con apoyo de las élites europeas.

Si Kiev logra su objetivo, estaremos ante una reedición adaptada: un país hipermilitarizado, financiado por Europa, armado por EE.UU. y legitimado por la retórica de la "seguridad", que realmente se traduce como cerco al "mundo multipolar".

Desde entonces, Kiev no ha actuado como Estado soberano, sino como pieza externalizada de la estrategia atlántica, diseñada para debilitar a Rusia y disciplinar a Europa. El conflicto siempre fue el medio para este fin. En esa dirección, debemos entender la propuesta presentada en la Casa Blanca no como un cambio de rumbo, sino como la institucionalización de esa lógica. Once años después, el libreto se mantiene: una Ucrania sacrificada en nombre de un conflicto que no es suyo, al servicio de una arquitectura imperial que requiere zonas de contención permanentes en su periferia.

Mientras Washington reconfigura sus prioridades globales, Europa insiste en sostener el teatro de guerra ucraniano como si de ello dependiera su propia razón de ser. No es convicción: es dependencia. Macron, Von der Leyen, Meloni o Rutte —presentes en la reciente escenificación de Washington— no actúan con autonomía estratégica, sino como ejecutores de una agenda ajena. Europa no solo financia el conflicto: ahora se le exige costear también el rearme masivo de Ucrania… ¿a cambio de nada?

La respuesta está también en 2014 (el mismo año que inició el conflicto), cuando la administración Obama impuso a los miembros europeos de la OTAN alcanzar el 2% del PIB en gasto militar. No fue una sugerencia: fue una orden.

Una década antes, Francia y Alemania se habían atrevido a desafiar la hegemonía estadounidense al oponerse a la invasión de Irak, y contaron entonces con el respaldo de Moscú, lo que perfiló un posible eje eurasiático que Washington no podía permitir. Pero la ilusión de una Europa con voz propia no sobrevivió a la devastación de Libia en 2011.

Europa no ha hecho más que pagar peajes; los últimos se escenifican en el acuerdo arancelario o el aumento al 5% del PIB para aportar a la OTAN. Una subordinación que es reflejo de su impotencia neocolonial frente a una periferia que se alza por una segunda y definitiva independencia.

Bajo pretexto "humanitario", París, Londres y Washington destruyeron el último proyecto panafricanista con aspiraciones soberanas: el Banco Africano, una moneda respaldada en oro, la cooperación Sur-Sur. La determinación europea en aquel crimen no solo devastó Libia: consolidó la subordinación estratégica de Europa.

Desde entonces, Europa no ha hecho más que pagar peajes; los últimos se escenifican en el acuerdo arancelario o el aumento al 5% del PIB para aportar a la OTAN. Una subordinación que es reflejo de su impotencia neocolonial frente a una periferia que se alza por una segunda y definitiva independencia.

El respaldo ciego a Kiev y su proyecto de militarización estructural no es más que la prolongación de esa lógica. La Unión Europea, que alguna vez coqueteó con la idea de "potencia", ha terminado convertida en una sucursal funcional de los intereses atlánticos, sin voluntad ni margen para disputar el rumbo de los acontecimientos.

Así, no podemos dejar de tener presente que, pese al histórico encuentro entre Trump y el presidente ruso, Vladímir Putin, en Alaska —el primero entre mandatarios desde el inicio de la operación militar especial rusa—, el republicano se ha mantenido fiel a su carácter: ante todo es un hombre de negocios

Un elemento significativo es el cambio de escenografía. Por primera vez desde 2022, Zelenski apareció sin uniforme militar. Incluso en el detalle estético, el líder del régimen ucraniano pareció entender que había llegado el momento de desempeñar un nuevo papel: el de gestor de una inversión estratégica.

En ese sentido, la reunión con Zelenski también deberíamos interpretarla como una renegociación de condiciones: si Ucrania quiere seguir siendo útil, deberá reconfigurarse como cliente estratégico rentable. La propuesta de compra de armamento estadounidense con dinero europeo no es un despropósito: es la síntesis perfecta del trumpismo geopolítico. A Trump no le interesa sostener una narrativa de valores occidentales, democracia o libertad. Le basta con asegurar contratos, alianzas funcionales y flujos de capital. El régimen de Kiev, y sobre todo su camarilla europea, entendieron el lenguaje y se adaptaron: ofrecer su territorio, su población y su aparato estatal como materia prima de una nueva fase del complejo industrial-militar. La pregunta entonces sería: ¿puede la apuesta de Kiev tentar al presidente estadounidense?

Zelenski no fue a buscar la paz, porque la paz acabaría con su mandato ilegítimo; los europeos tampoco, porque aún necesitan seguir explotando el conflicto para poder presentar a la opinión pública de sus países algo de "coherencia" ante su subordinación.

Zelenski fue a vender lo que queda de Ucrania, con la convicción del traidor que sabe que su poder depende del fuego. Ofreció su país, una vez más, a los mismos buitres que desde 2014 lo despedazan, hablándoles, esta vez, directamente en su mezquino lenguaje de negocios.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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