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¿El pacificador? Las costuras del guion reciclado de Trump

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¿El pacificador? Las costuras del guion reciclado de Trump

Al igual que Javier Milei ha prostituido a nivel internacional el concepto de 'libertad' al confundirlo con una suerte de derecho al abuso y de carrera darwinista, Donald Trump está haciendo lo propio con el concepto de 'paz', degradándolo a nivel semántico como una herramienta más del chantaje del más fuerte contra los débiles.

Claro que el presidente de EE.UU. lo tiene más fácil: ese país ha construido históricamente una retórica que le allana el camino.

Hollywood lleva décadas fabricando el imaginario de la intervención estadounidense como espectáculo. Cada "amenaza" geopolítica tiene su correlato cinematográfico: desde los generales rusos con misiles robados en El Pacificador (1997), hasta los estereotipados "dictadores" latinoamericanos de Los Mercenarios (2010). Los talibanes, por su parte, fueron héroes aliados contra los soviéticos en Rambo III (1988) y enemigos genéricos del nuevo milenio poco después. Todo bajo la premisa de que el presidente de EE.UU. puede salvar al mundo… incluso desde el aire, como en Air Force One (1997).

Durante décadas, Washington ha justificado su accionar en todos los rincones del planeta con el discurso del "deber moral", como si el mundo necesitara a ese gendarme autoerigido tras la Guerra Fría.

Durante décadas, Washington ha justificado su accionar en todos los rincones del planeta con el discurso del "deber moral", como si el mundo necesitara a ese gendarme autoerigido tras la Guerra Fría. Pero esa narrativa, ya frágil desde sus orígenes en el Destino Manifiesto, hoy resulta doblemente absurda. En primer lugar, porque un mundo que aspira a la multipolaridad no puede seguir tolerando que EE.UU. se sitúe en el centro de todos los conflictos. Y, en segunda instancia, porque ya parece muy viciado eso de autoproclamarte "juez" cuando todos sabemos que es "parte", y además una parte fundamental en los principales focos de guerra.

Trump, cuya trayectoria se ha basado en los negocios y en apariciones "estelares" en películas comerciales, se ha apropiado de ese guion. Su promesa de ser un "presidente de paz" es más una estrategia de marketing que un viraje real. En la práctica, su política exterior se parece a una producción de serie B de esas mismas películas mencionadas al inicio. Solo con dos diferencias: la sangre es real y el presupuesto no proviene de un estudio, sino del Estado.

"Acabaré la guerra de Ucrania en 48 horas", "firmaré el acuerdo más justo para Oriente Medio", "EE.UU. volverá a ser respetado como nunca antes". Las promesas de Trump, lejos de representar una ruptura, beben de esa larga tradición de eslóganes insertados en la mayor de las ficciones estadounidenses: la de su excepcionalismo. Una narrativa que se sostiene sobre la idea de que EE.UU. tiene derecho a intervenir donde quiera y cuando quiera porque, supuestamente, encarna un orden moral superior.

Trump lanzaba su propio plan unilateral de paz para Gaza. Un plan que ignoró deliberadamente tanto a los palestinos como el contexto histórico central del conflicto: más de 70 años de ocupación, apartheid y limpieza étnica sistemática.

En esa dirección, la Franja de Gaza se ha convertido en uno de los escenarios más dramáticos de esta política. Mientras cientos de miles de personas en todo el planeta gritaban "¡Alto al genocidio!" y Sudáfrica presentaba una demanda histórica ante la Corte Internacional de Justicia, Trump lanzaba su propio plan unilateral de paz. Un plan que ignoró deliberadamente tanto a los palestinos como el contexto histórico central del conflicto: más de 70 años de ocupación, apartheid y limpieza étnica sistemática.

El llamado "Plan de Paz para Gaza", presentado en septiembre de 2025, ofrecía una tregua parcial (incumplida), la imposición de un protectorado gestionado por Naciones Unidas —a través de la Resolución 2803— y la exigencia de desmantelar toda forma de resistencia palestina. Es decir: una recolonización encubierta que subvierte los principios de descolonización reconocidos por el derecho internacional (como la Resolución 1514 de la ONU) y elimina toda posibilidad de autodeterminación.

Bajo el disfraz multilateral, avalado por una ONU en fase terminal, el plan unilateral de Trump reimpone una autoridad externa, niega la voz del pueblo colonizado y formula una amenaza velada: aceptar el "acuerdo" o enfrentar algo peor. Peor que un genocidio, según las propias palabras del presidente estadounidense.

La palabra "paz" se prostituye mediante un chantaje semántico: un ultimátum que santifica la violencia estructural mientras criminaliza la resistencia legítima palestina.

La lógica es clara: cuando el relato dominante ya no puede justificar la masacre, se recicla bajo un nuevo ropaje. Se convierte en "proceso de paz" lo que en realidad es continuidad del exterminio; y quien se oponga será señalado como enemigo. Así, la palabra "paz" se prostituye mediante un chantaje semántico: un ultimátum que santifica la violencia estructural mientras criminaliza la resistencia legítima palestina.

En Ucrania, el guion se repite. Como en Gaza, Trump presenta su plan de paz —unilateral, de nuevo— no como una vía real de resolución, sino como un instrumento para prolongar la hegemonía estadounidense bajo apariencia de neutralidad.

Mientras en Gaza se extorsiona con el exterminio para imponer una recolonización, en Ucrania se encubre la derrota estratégica de los socios atlantistas con una supuesta mediación que en realidad busca administrar la retirada sin que EE.UU. asuma responsabilidades. El objetivo, como siempre, es controlar el relato: convertir la desescalada forzada en gesto magnánimo. Pero tras cada movimiento opera una misma lógica que disfraza la imposición como diplomacia.

El caso de Venezuela es aún más atroz por la ausencia de disimulos. EE.UU. defiende una suerte de intervención simplemente porque puede. No hay guerra en curso, ni conflicto bilateral abierto, ni resistencia militar activa. Solo una ofensiva sistemática, asimétrica y unidireccional por parte de Washington desde hace décadas.

Desde el regreso de Trump al poder, la agresión ha escalado sin medida: bombardeos a embarcaciones en aguas del Caribe, la inclusión sin pruebas del presidente Nicolás Maduro en listas de supuestos "narcotraficantes", las amenazas abiertas de invasión terrestre y una campaña internacional destinada a forzar el cierre del espacio aéreo venezolano, mediante el miedo y la presión a aerolíneas comerciales. Se trata de una escalada unilateral, como el mundo que Trump se niega a dejar atrás. Lo grave no es solo la impunidad: es el silencio cómplice que legitima esta ofensiva, naturalizando la agresión como si fuera política exterior ordinaria. En Venezuela, el falso pacificador ni siquiera disfraza la violencia, y al parecer, ni le hace falta.

La narrativa del "pacificador" no es más que una ficción mal escrita. En Palestina, como ya se ha dicho, el supuesto plan de paz se parece demasiado a una recolonización encubierta. En Ucrania, se intenta camuflar la derrota estratégica de la OTAN bajo una mediación que solo busca prolongar la guerra en beneficio de los negocios. Y en Venezuela, ya ni se disimula: se imponen la violencia y el chantaje sin pretextos diplomáticos.

Lo que Trump representa no es una política exterior coherente, sino una coreografía que mezcla amenazas, chantajes y gestos rimbombantes. El viejo héroe hollywoodense regresa degradado: sin épica y sin coherencia, pero sobre todo sin final feliz.

Lo único que conserva es el espectáculo… y el presupuesto militar. La palabra "paz" ha sido deformada hasta el absurdo: ya no nombra una aspiración colectiva ni una solución justa, sino una coartada cínica para justificar la continuidad de la violencia y una soberbia unipolar cada vez más patética. Pero mientras Trump se mantiene fiel a la máxima de que el espectáculo siempre debe continuar, las víctimas son reales. Las bombas no son efectos especiales. Los refugiados no son extras. Y lo más importante: la historia avanza, y los pueblos que resisten acabarán, tarde o temprano, por desbordar este pésimo guion. Solo así diplomacia, paz o justicia recuperarán su necesario sentido.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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