Esta semana se cumplieron 80 años desde que el Gobierno de los Estados Unidos de América cometió el mayor acto de terrorismo internacional en la historia de la humanidad. Primero, el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima y luego el 9 de agosto en Nagasaki. El objetivo principal de las bombas que destruyeron a cientos de miles de civiles en Japón no fue "salvar las vidas de los soldados estadounidenses", como se ha repetido en la propaganda oficial, sino intimidar a la Unión Soviética, su principal aliado en la reciente lucha contra el nazismo.
La carrera armamentista nuclear, iniciada por Estados Unidos ese día, se cobró en las décadas siguientes millones de vidas más en el llamado "Tercer Mundo", al desviarse enormes recursos económicos y científicos de los países industrializados que pudieron ser usados en la lucha contra el hambre y las enfermedades en la periferia del capitalismo mundial.
Fue una verdadera guerra entre dos superpotencias antagónicas: la 'Guerra Fría' entre la URSS y los Estados Unidos y la 'Guerra Caliente' para los pueblos de decenas de países de Asia, África y América Latina, que se desangraban en cientos de conflictos locales. Justamente esta guerra de desgaste fue uno de los factores clave que condujo a la derrota de la URSS y del bloque socialista. Estos países no disponían de los recursos económicos de Occidente, que siguen obteniéndolos hoy del control y saqueo de sus colonias.
Los crímenes de Hiroshima y Nagasaki no fueron una necesidad militar, sino el resultado de un cálculo de beneficio político.
La explosión de las dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas fue la mejor radiografía del poder del 'liderazgo del mundo civilizado', que nunca se detendría ante nada. Por eso, llamar caníbal a esta civilización es un insulto para los caníbales.
Esta semana es un buen momento para recordar que varios de los planes detallados para la destrucción nuclear total de la URSS estaban sobre las mesas del Pentágono, cuando nosotros, los soviéticos, que recién habíamos derrotado al fascismo alemán, todavía llamábamos "aliados" a los autores de estos planes. No son inventos de la propaganda rusa, sino datos duros de los archivos desclasificados de los Estados Unidos.
Es importante no olvidar que si el principal 'luchador' contra el 'imperio del mal' no implantó a todo el mundo su democracia a punta de bombas atómicas fue solo porque la 'totalitaria' URSS alcanzó a crear a tiempo su propia arma nuclear.

Uno de los principales axiomas de los tiempos de mi infancia soviética fue el que en una guerra nuclear no puede haber vencedores y que el asesinato masivo de civiles de un Estado enemigo no puede justificarse por ninguna consideración de "conveniencia" o "necesidad militar".
Para la URSS, los japoneses que murieron a causa de las bombas atómicas norteamericanas no eran "población enemiga" de un país todavía en guerra con nosotros, sino civiles inocentes asesinados. Y no porque las bombas las hubieran lanzado Estados Unidos y no nosotros, sino porque, incluso en el período más difícil de nuestra historia, el humanismo siguió siendo la base de la ideología de la URSS y de la ética de un pueblo que derrotó al fascismo.
Pasaron las décadas y, al mismo tiempo, decenas de nuevas guerras, invasiones y golpes de Estado, ideadas la mayoría desde las mismas oficinas donde se decidió bombardear a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, ni un solo gobierno de EE.UU., ni demócrata ni republicano, los que no dejan ahora de acusar a Rusia por los "bárbaros bombardeos de las pacíficas ciudades ucranianas", ni una sola vez en estos 80 años, pidieron perdón por el genocidio nuclear cometido.
En la actual vertiginosa curva de la historia, fue precisamente la posesión de armas nucleares por parte de Rusia lo que impidió que sus 'aliados' la convirtieran en otra Libia, Siria o Ucrania.
Lamentablemente, no fueron los discursos sobre la amistad entre los pueblos, ni los rezos por la paz, sino precisamente las armas nucleares que Rusia heredó de su pasado, las que resultaron ser su escudo más fiable. Solo queda dar gracias al milagro que impidió que los Yeltsin o los Gorbachov a bordo de algún portaaviones estadounidense no lograran 'desarmarse' e invitar a los supervisores de la OTAN para que revisaran el desmantelamiento del escudo atómico del 'imperio comunista'.
El periodista ruso Georgy Zotov cuenta que "en los nuevos libros de texto japoneses, con los que estudian los niños de Hiroshima, (…) se citan las palabras del entonces secretario del Consejo de Ministros, Hisatsune Sakomitsu: 'La bomba atómica fue un regalo del cielo para Japón, que le permitió poner fin a la guerra'.
Según datos de 2004, desde entonces como consecuencia del 'regalo del cielo' han muerto 237.062 habitantes de la ciudad (la mayoría por enfermedades a causa de la radiación), pero parece que los 17.000 japoneses vivos expulsados por Stalin de las islas Kuriles son más importantes para la opinión pública del país (…). Uno de los padres de la bomba atómica (…) el físico húngaro emigrado Leo Szilard, no pudo recuperarse de lo ocurrido en Hiroshima durante muchos años: 'Es un crimen de guerra repugnante, una matanza inhumana. Si los alemanes hubieran hecho lo mismo, los habríamos juzgado en Nuremberg y los habríamos ahorcado'".

Con el pasar del tiempo, la tragedia de Hiroshima y Nagasaki, al igual que la guerra en Vietnam, la invasión a Irak y tantos otros evidentes crímenes de guerras y guerras criminales quedan bajo los sedimentos de la basura informativa que lo revuelve, confunde y relativiza todo.
Las redes sociales "sin censura" establecieron la censura más feroz en la historia, simplemente eliminando todo lo que podría oler o saber a historia real. Sabemos que los funcionarios japoneses, en los actos conmemorativos del crimen durante varios años, ya omiten el nombre del remitente de las bombas atómicas y en EE.UU. más de la mitad de su población nunca ni siquiera ha oído hablar de Hiroshima y Nagasaki. Siguiendo el juego del macabro absurdo de nuestros días, el Gobierno fascista de Israel, hablando de Irán menciona a Hiroshima, como si Teherán fuera responsable del horror en Japón, mientras sigue masacrando a Gaza, ahora con bombas, balas y hambre.
Son 80 años ya desde que la humanidad se está salvando de nuevos bombardeos atómicos, lo que, a estas alturas de locura belicista, ignorancia, mediocridad de las élites y su desprecio general por las leyes internacionales, parece un milagro. Ojalá esta trágica e impune experiencia del pasado siga sirviéndonos de lección o de vacuna contra el suicidio colectivo. ¿Hasta cuándo el milagro de la vida seguirá tambaleándose en la cuerda floja de un mundo entero desmemoriado, apenas sobreviviendo?