En muchas conversaciones con diferentes personas en Moscú, discrepando en mil cosas, siempre coincidimos en una sola idea: si en los años 50 no se hubiera producido el trágico quiebre político entre la URSS y China, la mayor parte del mundo ya sería socialista y hoy no nos encontraríamos al borde del abismo de una guerra nuclear.
En sus memorias 'White House Years', el más brillante intelectual de nuestros enemigos, el exsecretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger, al reflexionar sobre la ruptura entre Moscú y Pekín, escribió: "La rivalidad sino-soviética era una bendición estratégica para los Estados Unidos, pues impedía la formación de un bloque comunista monolítico. El desafío consistía en aprender a maniobrar en ese triángulo de relaciones de manera que ninguna de las dos potencias pudiera dominar la otra, y que ambas necesitaran cierta relación con Washington". Lamentablemente, él no solo lo escribió sino que hizo un enorme trabajo político y diplomático para profundizar la brecha entre dos gigantes que unidos con seguridad pondrían en jaque la hegemonía de EE.UU.
En estos días tenemos una muy mala noticia para los herederos políticos de Kissinger. Rusia y China están cada vez más cerca. Y no solo ellos.

Mientras Occidente se dedica de lleno a una lucha encarnizada entre la pseudoizquierda y la ultraderecha, destruyendo los restos del sentido común y de la civilización europea, desde Oriente amanecen buenas noticias.
La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjin, complementada con reuniones de los jefes de Estado en vísperas de la gran celebración de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial comienza a esbozar los nuevos rasgos de la sociedad humana del mañana, que trascienden con creces los límites geográficos de Eurasia. La verdadera liberación de África y la soberanía real de América Latina en este momento histórico son más difíciles de lograr, por ahora, sin el nacimiento de un nuevo polo de poder capaz de hacer frente al monstruo enloquecido. Los misiles de la Armada de los Estados Unidos en los últimos días, apuntando desde el mar Caribe a Venezuela, son el reflejo del mundo en miniatura, donde Venezuela representa la esperanza de cualquiera de nuestros países a ser nosotros mismos, sin pedir permiso a nadie.
Una muy difícil, pero posible, unión de China, Rusia y la India en un bloque político no solo podría sustituir eficazmente las estructuras burocráticas de una ONU moribunda, en cuanto al cumplimiento de su misión principal, que es prevenir las guerras, sino que además podría ofrecer varias soluciones prácticas inmediatas para los problemas más urgentes de una humanidad desesperada.
Dado que Occidente ha demostrado a lo largo de toda su historia que no está acostumbrado, ni es capaz de negociar con nadie en relaciones de igualdad y respeto, es necesario crear estructuras libres de esa lógica colonialista occidental.
Sin idealizar a la OCS ni a ningunos de sus integrantes, que deben solucionar todavía varios problemas y contradicciones internas, hay que reconocer que hoy es la única fuerza viva y real capaz de disuadir e impedir una guerra mundial con el inevitable desenlace nuclear, hacia la que dirigen nuestro planeta las élites occidentales.
Si China, India y Rusia logran construir en un futuro próximo esta unión sólida, no solo económica, sino también política y militar, se volverán prácticamente invulnerables. Además, podrían garantizar la protección de la soberanía de los demás, de aquellos que aún no han perdido el sentido ni la esperanza de buscarla.
La lucha contra la globalización es inútil, ya que es el resultado objetivo del desarrollo tecnológico de la humanidad. Otro tema es que el mundo no necesita gobiernos mundiales y que es urgente y necesario arrebatarle el timón de la globalización a las manos más sanguinarias e irresponsables. Cualquier debate público importante sobre la necesidad de superar el capitalismo sólo tendrá sentido si la humanidad sobrevive y si todos nuestros países dejan de convertirse en sucursales de las corporaciones internacionales.
El reciente encuentro entre Vladímir Putin y Xi Jinping en Pekín es un evento donde lo simbólico se entrelaza con lo práctico. Fue un paso más, después de la cumbre de la OCS, donde se dibujó públicamente la fórmula de un modelo alternativo de globalización, basado en el eje Rusia – China – India. Pero no se trata sólo de acuerdos económicos y comerciales. Para dar solidez a la nueva estructura del poder internacional son necesarios fuertes referentes históricos y valores comunes.
Al celebrar el aniversario 80 del triunfo en la Segunda Guerra Mundial, Moscú y Pekín, con más fuerza y claridad que nunca antes, declaran su condición de principales países vencedores sobre el fascismo y el militarismo. Por eso para ellos la justicia en las relaciones internacionales está marcada fundamentalmente por un elemento de continuidad histórica de la memoria de sus pueblos, no se trata sólo de la obligación formal como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
Y hablando de los resultados prácticos, el acuerdo central, entre varios, fue la decisión de construir el gasoducto Fuerza de Siberia 2. Un proyecto que prevé el suministro de hasta 50.000 millones de metros cúbicos de gas al año durante los próximos 30 años y que pasará por el territorio de Mongolia, conectando los yacimientos de Siberia Occidental con China. Este acuerdo no solo fortalece la alianza energética entre Rusia y China, sino también garantiza una gasificación a gran escala de las regiones de Siberia Oriental y de Mongolia, representando un gran beneficio socioeconómico para las poblaciones de los tres países relacionados con el proyecto. Es solo un ejemplo de la intención de Moscú y Pekín de construir en la región un formato de 'pequeñas coaliciones', donde también están representados en igualdad de condiciones los países más pequeños, involucrados en proyectos de infraestructura a gran escala.
A pesar de la opinión de algunos analistas, el logro principal de Rusia en China no fue la posibilidad de compensar completamente la pérdida del mercado europeo de gas, reorientando los flujos energéticos hacia Asia, sino construir un modelo piloto y un fundamento para una nueva relación entre los pueblos, que a diferencia de la lógica occidental no debe dividirlos en ganadores y perdedores, y que en vez de "una guerra de civilizaciones" ofrece una verdadera cooperación y ayuda mutua entre los países, independientemente de su tamaño y modelos políticos internos.
No es de extrañar, que otro resultado de las recientes reuniones en China sea la publicación que The Washington Post hizo en el artículo, donde se afirma que "Mientras celebra el 80.° aniversario de la rendición japonesa, China está tratando de reinterpretar la historia de la guerra minimizando la ayuda estadounidense y enfatizando el papel de Moscú". Los campeones mundiales en reescribir la historia, acuden a lo único en lo que son expertos: generar mucho ruido mediático con miles de 'revelaciones' y 'fake news' para confundir al público ignorante.
Pero Oriente hoy amanece con buenas noticias. Es importante vislumbrar que no sólo lo son para Rusia y China o Eurasia, sino para todo el mundo.